Drive my car


La película de Ryūsuke Hamaguchi, que ganó el premio al mejor guión en Cannes, el Globo de Oro a mejor película de habla no inglesa y aspira al Oscar, está basada en uno de los relatos que conforman el libro de Haruki Murakami,
Hombres sin mujeres.

Yusuke Kafuku, actor y director de teatro, aún incapaz de lidiar con su pasado, acepta dirigir el clásico de Chejóv, Tío Vania, interpretada en distintos lenguajes (incluido el de signos) en un festival de teatro en Hiroshima. Allí conoce a Misaki, una joven introvertida que será su chófer y con la que irá estableciendo un vínculo que se irá fraguando lentamente mientras conducen por la costa de Hiroshima en un precioso Saab 900 de color rojo y las cintas de Chejóv. 

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Para el director el coche es algo sagrado. El cineasta lo describe como «un lugar en el que se dan conversaciones íntimas que solo nacen en ese espacio cerrado y en movimiento». «Un lugar donde se pueden descubrir aspectos de nosotros mismos que nunca hemos mostrado a nadie o pensamientos a los que no podíamos poner palabras».

El director toma como recurso el clásico de Chéjov, Tío Vania, para entrelazar historias, creando una metaficción dentro de la narrativa principal. Este es el punto de partida de una road movie que encapsula la belleza de lo cotidiano. Una película que habla del amor, la pérdida y la incomunicación.

Una obra íntima y delicada, en la que se cuenta más a través de los silencios, que a través de la palabra, porque hay otros niveles de conexión humana más allá del propio idioma. Una conexión que reside en el poder de la mirada y del silencio, cuando hay tanto dolor que las palabras no consiguen brotar. 

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Son casi tres horas de metraje que incomodan y chocan con el consumo al que, desgraciadamente, nos estamos habituando. Un tipo de consumo fácil, rápido y superficial del que Vargas Llosa habla en su libro La civilización del espectáculo. La película de Hamaguchi es, sin embargo, una oda, o más bien una reivindicación, a ser pacientes, a estar atentos. Un cine en peligro de extinción.

Drive My Car es un viaje fascinante, que habla de la pérdida y de cómo seguir adelante. Un hermoso viaje de introspección, dolor, pero también de esperanza.

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