Mujeres de película. La otra historia del cine
Si pensamos en unir los términos mujeres y cine instantáneamente acudimos a los roles mitológicos femeninos reflejados tantas veces en las películas por la clásica construcción de personajes. Desde que el cine se considerada una alternativa de ocio, las mujeres en la pantalla siempre han bailado entre la pureza y la castidad, como la ingenua y romántica Mary Pickford encarnando a la “primera novia de américa” de luminosos rizos de oro, en la época muda; y su alter ego, la femme fatale, ese personaje inicialmente caracterizado por una vampiresa que por sus “acciones impuras” recibiría en la trama un castigo irrevocable, como aquellos que representaba la enigmática Theodosia Bara.
Sin embargo, lo realmente misterioso es que hayan sido tantas las mujeres que hayan decidido trabajar detrás de la cámara ocupando distintos roles hasta completar un film desde que se inventara el séptimo arte para crear y compartir experiencias o estímulos, tanto en la confección de historias, como en la producción, el montaje o la dirección de las mismas, y que sin embargo, hoy en día, muchas de éstas sigan siendo aún desconocidas e inaccesibles para el grueso del espectador medio.
Centrándonos en la dirección, uno de los primeros ejemplos que encontramos en la historia es el de Los hermanos Lumière o Georges Méliès y Alice Guy-Blaché o Lois Weber. Mientras los primeros forman parte del imaginario colectivo cultural de la sociedad occidental como los precursores del celuloide, Guy-Blaché apenas es recordada por su veintena de títulos entre los que encontramos varios géneros clásicos asociados inicialmente a los hombres, como el western, el policíaco o el de espionaje; ni por ser considerada esencial en la concepción del cine como una herramienta narradora con aportaciones semejantes a las de su colega, el gran Mèliés. Por su parte, la criticada Lois Weber, con un personal compromiso por el cine social antes de la llegada del sonoro y tratando temas tan en boga como el aborto o la prostitución, tampoco lo tuvo fácil siendo una de las creadoras más censuradas por la prensa, a pesar de ser igual de sobresaliente que sus coetáneos varones en lo que al uso de recursos fílmicos se refiere.
Estas dos madres del cine dirigido por mujeres seguramente sólo son una pequeña muestra de la historia del arte en general pero, junto a otras, han sido fuente de inspiración de multitud de cineastas posteriores que intentaron también hacerse un hueco en un arte tradicionalmente masculino. Y es que el cine, como el resto de disciplinas artísticas, siempre ha sido reflejo de una sociedad y un tiempo histórico determinado y todavía hoy resulta sorprendente el tratamiento sexista que en ocasiones nos encontramos. Porque, ¿cuántos nombres de mujeres directoras tenemos en la recámara?, ¿y cuántos conocemos de hombres?
EMPEZANDO A RECORDAR
Dando un salto en el tiempo, una vez surgiera el concepto de autoría en los años 50 por la reputadísima revista Cahiers du Cinéma, uno de los primeros nombres de mujer que resuena en el circuito cinematográfico es el de la alemana Leni Riefenstahl, fotógrafa, actriz y posteriormente directora que sirvió al régimen nazi con el cine propagandístico de El triunfo de la voluntad (1934) u Olympia (1938). Si dejamos a un lado su ideología, moralidad y sus cuestionables pretensiones, veremos que Riefensatahl ha sido considerada por la crítica como una de las directoras de culto por sus aportaciones formales, su estilo de planificación y su alegórico montaje.
Agnés Varda también ha sido rescatada del letargo de la memoria, abuela de la Nueva Ola Francesa que, gracias a La Pointe Courte (1954) dejó tras su paso un privilegiado e innovador uso de los recursos estilísticos y artísticos más notables del movimiento. En España, también ha habido mujeres cineastas destacables, como Ana Mariscal, que tímidamente fue labrándose El camino (1963) hasta conseguir ser valorada como una de las mejores directoras europeas del siglo XX. Bárbara Loden, o Wanda cuando se le identificaba por el nombre del personaje al que dio vida en su cinta bautizada de la misma forma, fue una aventajada del cine independiente en los años 70´ y una de las pocas cineastas norteamericanas de aquel momento de la que aún conservamos metraje. Volviendo a Europa, Catherine Breillat trabajó en Francia un cine documental cuyo eje central era la sexualidad y los problemas de género, primero en sus novelas y después en los circuitos comerciales del cine, erigiéndose como una de las creadoras más controvertidas en la materia. Por citar a una contemporánea, concluir este pequeño repaso mencionando a Kelly Reichardt, escritora, guionista y directora en activo que plantea nuevas propuestas como el western Meek’s Cutoff (2010), un género clásico enmarcado en la modernidad vista desde diferentes primas.
Lucrecia Martel, Claudia Llosa, Shola Lynch, Izíar Bollaín, Kathryn Bigelow… Todas ellas mujeres diferentes, con situaciones económicas y sociales diferentes, procedentes de lugares y tiempos diferentes. Nombres de directoras con discursos e intenciones diferentes; pero todos, nombres que arrastran la misma lucha histórica: la de ser profesionales igualmente reconocidas y con las mismas oportunidades de base. Mujeres que comparten “la lucha” de no ser encasilladas en ciertos moldes, temas e intenciones artísticas o la de no ser juzgadas siempre por desempeñar un rol asignado socialmente a otros. En cualquier caso, todas ellas, mujeres que han sufrido durante décadas las mismas injusticias y que tienen que defenderse, aún hoy en día, para seguir siendo eso: mujeres artistas, ¡mujeres de película! Así que, cineastas o no, ¡hoy va por todas vosotras!
*Artículo impulsado y escrito para el magazine on line The Sunny Street.