Sorry, we missed you

Hace unos meses se hizo viral en Twitter una pequeña historia sobre un repartidor de comida en Argentina, un tiempo después del trágico atropello mortal de un trabajador de Glovo en Barcelona. En esta ocasión, el chaval (de 63 años) tuvo algo más de suerte y fue trasladado al hospital sin males mayores, pero la periodista que le ayudó denunció los mensajes que no paraba de recibir la víctima por parte de la empresa: ‘¿Cómo se encuentra el pedido?’ ‘¿Está en buen o mal estado para poder ser entregado?’. Y es que en ocasiones, la realidad supera la ficción.

Dos veces ganador de la Palma de Oro con el Viento que acaricia el prado (2006) y Yo, Daniel Blacke (2016) el combativo cienasta inglés, Ken Loach, regresa con un contundente film que cuestiona estos tiempos modernos de tercerización en los que, casi sin darnos cuenta, estamos perdiendo nuestros derechos sociales y laborales.

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Con guion de Paul Laverty, la nueva película de Loach narra la historia de una familia que se desintegra a causa de la situación económica que pasan sus progenitores. Cuando Ricky (Chris Hitchen) encuentra por fin un empleo, su nueva situación avocará a su familia a una situación familiar imprevista: su esposa Abbie (Debbie Honeywood) debe vender su coche con el que va a trabajar para poder costear el nuevo medio de transporte de su marido en su nuevo trabajo y sus dos hijos, Seb (Rhys Stone) y Lisa (Katie Proctor) no verán con muy buenos ojos esos nuevos cambios que acabarán afectando finalmente a todos.

A sus 83 años, el director describe y denuncia, una vez más, las penurias de la clase trabajadora, los abusos del poder, los modos absurdos de la burocracia y la deshumanización constante del mundo en el que vivimos. Un mundo protagonizado por un capitalismo salvaje que ha colonizado hasta nuestros momentos más íntimos y ante el cual nos encontramos indefensos.

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La falsa promesa de los autónomos, la gran mentira de los contratos, la fantasía de ser tu propio jefe y el tándem tiempo-dinero. No hay lugar para procrastinar, pero tampoco para nada especial. No hay tiempo para discutir con un cliente sobre fútbol, no deberías perder tu turno para regañar a tu hijo que no ha ido al colegio y, el sexo mejor lo dejamos para otro día.

Extenuantes jornadas de trabajo, disponibles 24/7, incluso sin tiempo para orinar, obligándoles a hacerlo en una botella de agua vacía, todo por un mísero salario que no les permite llegar a fin de mes. Podría ser el siglo XIX, pero es el siglo XXI. Pero oye, sigamos comprando en Amazon, a poder ser con el servicio Prime, sigamos consumiendo en cadenas de fast fahion y fast food, y que nuestro culito esté tranquilo y cómodo. Pongamos a prueba los límites de este neoliberalismo feroz, y si eso, si tenemos tiempo, ya nos quejaremos después.

Sorry, we missed you, es tan real que asusta y duele, a partes iguales.
Y es que el cliente siempre tiene la razón.

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