Cinco hermanas huérfanas que viven en un pequeño pueblo de Turquía junto con su abuela y su tío ven como de la noche a la mañana la actitud que en su entorno tienen hacía ellas empieza a cambiar. En un ambiente represor y patriarcal todo aquello que se mueve entorno a estas (pre)adolescentes comienza a ser visto por sus allegados como algo obsceno, ante la incredulidad de las pequeñas que no consiguen entender nada de lo que está pasando.
Este es el planteamiento inicial de Mustang, película realizada por la directora turco-francesa Deniz Gamze Ergüven, que está cosechando un enorme éxito a escala internacional, ganando numerosos festivales y habiendo sido nominada entre otros premios al Oscara la mejor película extranjera y ganando el premio Goya en esta categoría.
Con una estética cuidada al milímetro y una atmósfera entre lo real y lo onírico, Deniz Gamze va construyendo una historia dura pero con cierto aire a cuento de hadas, como ya hiciera hace casi dos décadas Sofia Coppola en Las Vírgenes Suicidas(1999) y es que la comparación con esta resulta inevitable. No obstante, consigue que nos olvidemos del referente y que conectemos de pleno con la personalidad de estas cinco hermanas (a cuál más carismática) que intentan escapar, cada una a su manera, de la brutal represión a la que se encuentran sometidas, de una sociedad que sólo ve en ellas un accesorio al servicio del hombre. Todo ello será visto a través de los ojos de Lale, la menor de todas, pero en cierto modo la más consciente de lo que les está sucediendo.
Mención especial merecen sus cinco jóvenes actrices, estupendas cada una en su papel, así como la construcción de unos personajes que consiguen conmovernos por la dura realidad que están viviendo a la vez que nos hacen sentir la fuerza y el coraje que poseen.
Por todo ello, y a pesar de no resultar especialmente novedosa, la realidad es que una película como Mustang continúa siendo necesaria. Ha removido ya conciencias en su Turquía natal y nos hace plantearnos también en Occidente el problema de una sociedad patriarcal que (aunque de manera menos manifiesta) aún continúa vigente. Todo un canto a la libertad que merece la pena ver.
Han pasado apenas dos años desde el estreno de la «oscarizada» La Gran Belleza (La Grande Bellezza, 2013). Después de su paso por diversos certámenes internacionales (entre los cuales el Festival de Cannes) llega a los cines de nuestro país La Juventud (La Giovinezza, 2015) el séptimo film del director italiano Paolo Sorrentino. En esta ocasión narra la historia de Fred Ballinger (un espléndido Michael Caine), que interpreta a un director de orquesta retirado que decide pasar unos días en un balneario de lujo en Los Alpes junto con su hija y asistente Lena (Rachel Weisz) y su gran amigo Mick (Harvey Keitel), quien encarna a un director de cine que intenta recuperar la fama de épocas pasadas con un nuevo proyecto. Por este escenario circularán además otros pintorescos personajes: un decadente Maradona (que no está interpretado por él mismo sino por el también argentino Roly Serrano), un actor en crisis o una Miss Universo que funciona como alegoría de la juventud y la belleza a las que alude el título del film.
Como ocurría en La Gran Belleza, aquí encontramos de nuevo los temas favoritos del director: el paso del tiempo, el éxito, la soledad o la fragilidad de la condición humana. Tanto el protagonista de su anterior película, Jep Gambardella, como Fred Ballinger, poseen muchas similitudes. Ambos representan a hombres a los que el paso del tiempo hace replantearse sus valores y lo efímero de nuestra existencia. Sin embargo, Jep era un hedonista, un hombre que había pasado su vida entre fiesta y fiesta en la Ciudad Eterna, mientras que en el caso del personaje interpretado por Michael Cane encontramos a alguien más tranquilo y reflexivo, pero también un personaje algo más banal y con menos matices que el interpretado por el fantástico Toni Servillo.
Y es tal vez aquí dónde precisamente peca el film, en ser demasiado similar a su predecesor, pero sin estar dotado de la fuerza de este. No obstante está lleno de momentos brillantes tanto en sus diálogos como en esa realización grandilocuente que se ha convertido ya en sello personal del cineasta napolitano. Unos actores estupendos junto a unos recursos estéticos muy personales y un guión nada despreciable. Quizá no estemos ante el mejor Sorrentino, pero si ante uno de los grandes del cine europeo actual. Mientras esperamos con expectación sus próximos proyectos disfrutemos de La Juventud.